CAPITULO II
Erytheia, Isla de Gades, 2.000 años a. C.
El templo de Hércules, Melkart, en fenicio, se erigía sobre el montículo sagrado de Esereyón, al Oeste de la isla de Erytheia. Desde cualquier punto de las islas de Gades se podría contemplar la majestuosidad de aquel templo, realizado en piedra blanca y marmól negro. Sus grandes columnas fueron plagiadas posteriormente por otra cultura, la griega para realizar su Panteón. La majestuosidad del templo fue admirada y respetada por todos los pueblos mediterráneos de la época. Poseía cuatro salas de cultos y una sala del tesoro. Justo en el centro de la sala del tesoro se situaba la colosal estatua, de oro y adornada de piedras preciosas, de Hércules. Hércules domaba con sus manos a dos grandiosos y fieros leones, símbolos de vigorosidad y heroicidad.
Los fenicios fueron unos grandes arquitectos y mejores comerciantes. Sus mercancías y galeras llegaron a cada rincón del mar mediterráneo.
Al Este de isla se ubicaba, en el precipicio de Adesterón, el templo de Astarté. Astarté es la diosa de la guerra fenicia y se le rendía culto por medio de sacrificios de animales sagrados. En su única sala se encontraba en un pedestal de bronce la estatua de la diosa, que cubría su cuerpo por un velo y se alzaba encima de un león. El templo era pequeño y no le hacía sombra al templo herculiano, pero en su interior, tras una cámara secreta, se encontraba el mayor tesoro deseado por la raza humana y por cualquier ser vivo: la inmortalidad. Bajo una colosal piedra de color marrón se encontraba un trozo de piedra verde brillante, que poseía la cualidad de dar la inmortalidad a todo aquel que comiera una escarla de ella.
Nadie conocía el secreto de esta preciada piedra. Nadie, excepto el descendiente de Hércules y guardián del templo.
Delmes era el nieto del héroe Hércules. Hércules, fue hijo del dios Júpiter y una mujer mortal, salvó a la civilización de espeluznantes monstruos, gracias a sus "doce trabajos". Hércules fue una leyenda en su época y lo sigue siendo en la actualidad. Delmes se encontraba sentado en la puerta de su casa, hecha de piedra ostionera y con dos grandes vanos que hacían la función de ventanas, hablando con su amigo Hermes.
- ¿No has soñado un día ser recordado y alabado por todo el mundo como mi abuelo Hércules?- preguntaba Delmes con la cabeza en otro lugar. - Yo sueño con ser un héroe, una persona venerada y luchar contra monstruos horripilantes para salvar a bellas mujeres.
- Me conformo con tener una vida tranquila al lado de mi pueblo- contestó desganado Hermes.
Hermes era una persona conformista, serena y poco dado a la aventura. Delmes y Hermes eran como el yin y el yan. Tan distintos y tan parecidos.
- Mi padre dice que algún día llegará mi momento. Que tendré que llevar el peso de mi pueblo sobre mi espalda. Que está escrito. Que el día de la revelación se acerca.
-Tu padre sólo te da esperanzas y no quiere romper tus sueños. Todo padre busca la alegría de sus hijos.- soltó impasible y con ganas de enfadar a Delmes. - Además, Delmes, eres muy jóven para llevar el peso de todo un pueblo- se rió con ganas Hermes.
- Hoy le diré a mi padre que me rebele lo que me tiene que decir, ya soy lo suficientemente fuerte, ágil, conozco el arte de la escritura y el dominio del trueque.- dijo convencido de que hoy cambiaría su vida para siempre.
- Creo que no estás preparado. Y no creo que seas el mejor guerrero del pueblo. Te queda mucho por aprender. - se sinceró Hermes con bastante parsimonia.
Antrozous, padre de Delmes, apareció con su carro tirado por bueyes por el camino del puerto. El carro estaba lleno de frutos de lugares lejanos, y varios jarrones y cuencos.
- Delmes, ayúdame. Venga, que tenemos que hacer muchas cosas hoy.- hizo un gesto rápido con la mano para que se diera más prisa. Antrozous era un hombre poco hablador, gran guerrero como su padre y muy estimado por su pueblo.
-Después seguimos hablando, Hermes, salud.- se despidió Delmes.
- Salud, Delmes.- respondió Hermes.
Una vez que lograron sacar todo del carro y se quedaron solos, Hermes fue hacia su casa a ayudar con el salazón del pescado para poder mantenerlo más tiempo fresco.
Delmes iba a exigir a su padre que le rebelara el secreto que ha esperado durante toda su vida, pero Antrozous se adelantó como si le hubiera leido el pensamiento a su hijo o se lo leyó en su cara o tal vez , como Delmes pensó, había llegado su día glorioso.
- Esta noche, cuando todo quede en calma, te contaré lo que andas esperando desde hace tiempo. Ha llegado ya el momento y debes saberlo antes de que me ocurra algo y muera el secreto conmigo. Cuando los grillos sean los dueños de la noche, iremos al precipicio de Adesterón.
Allí conocerás tu futuro. Allí conocerás tu destino.
El templo de Hércules, Melkart, en fenicio, se erigía sobre el montículo sagrado de Esereyón, al Oeste de la isla de Erytheia. Desde cualquier punto de las islas de Gades se podría contemplar la majestuosidad de aquel templo, realizado en piedra blanca y marmól negro. Sus grandes columnas fueron plagiadas posteriormente por otra cultura, la griega para realizar su Panteón. La majestuosidad del templo fue admirada y respetada por todos los pueblos mediterráneos de la época. Poseía cuatro salas de cultos y una sala del tesoro. Justo en el centro de la sala del tesoro se situaba la colosal estatua, de oro y adornada de piedras preciosas, de Hércules. Hércules domaba con sus manos a dos grandiosos y fieros leones, símbolos de vigorosidad y heroicidad.
Los fenicios fueron unos grandes arquitectos y mejores comerciantes. Sus mercancías y galeras llegaron a cada rincón del mar mediterráneo.
Al Este de isla se ubicaba, en el precipicio de Adesterón, el templo de Astarté. Astarté es la diosa de la guerra fenicia y se le rendía culto por medio de sacrificios de animales sagrados. En su única sala se encontraba en un pedestal de bronce la estatua de la diosa, que cubría su cuerpo por un velo y se alzaba encima de un león. El templo era pequeño y no le hacía sombra al templo herculiano, pero en su interior, tras una cámara secreta, se encontraba el mayor tesoro deseado por la raza humana y por cualquier ser vivo: la inmortalidad. Bajo una colosal piedra de color marrón se encontraba un trozo de piedra verde brillante, que poseía la cualidad de dar la inmortalidad a todo aquel que comiera una escarla de ella.
Nadie conocía el secreto de esta preciada piedra. Nadie, excepto el descendiente de Hércules y guardián del templo.
Delmes era el nieto del héroe Hércules. Hércules, fue hijo del dios Júpiter y una mujer mortal, salvó a la civilización de espeluznantes monstruos, gracias a sus "doce trabajos". Hércules fue una leyenda en su época y lo sigue siendo en la actualidad. Delmes se encontraba sentado en la puerta de su casa, hecha de piedra ostionera y con dos grandes vanos que hacían la función de ventanas, hablando con su amigo Hermes.
- ¿No has soñado un día ser recordado y alabado por todo el mundo como mi abuelo Hércules?- preguntaba Delmes con la cabeza en otro lugar. - Yo sueño con ser un héroe, una persona venerada y luchar contra monstruos horripilantes para salvar a bellas mujeres.
- Me conformo con tener una vida tranquila al lado de mi pueblo- contestó desganado Hermes.
Hermes era una persona conformista, serena y poco dado a la aventura. Delmes y Hermes eran como el yin y el yan. Tan distintos y tan parecidos.
- Mi padre dice que algún día llegará mi momento. Que tendré que llevar el peso de mi pueblo sobre mi espalda. Que está escrito. Que el día de la revelación se acerca.
-Tu padre sólo te da esperanzas y no quiere romper tus sueños. Todo padre busca la alegría de sus hijos.- soltó impasible y con ganas de enfadar a Delmes. - Además, Delmes, eres muy jóven para llevar el peso de todo un pueblo- se rió con ganas Hermes.
- Hoy le diré a mi padre que me rebele lo que me tiene que decir, ya soy lo suficientemente fuerte, ágil, conozco el arte de la escritura y el dominio del trueque.- dijo convencido de que hoy cambiaría su vida para siempre.
- Creo que no estás preparado. Y no creo que seas el mejor guerrero del pueblo. Te queda mucho por aprender. - se sinceró Hermes con bastante parsimonia.
Antrozous, padre de Delmes, apareció con su carro tirado por bueyes por el camino del puerto. El carro estaba lleno de frutos de lugares lejanos, y varios jarrones y cuencos.
- Delmes, ayúdame. Venga, que tenemos que hacer muchas cosas hoy.- hizo un gesto rápido con la mano para que se diera más prisa. Antrozous era un hombre poco hablador, gran guerrero como su padre y muy estimado por su pueblo.
-Después seguimos hablando, Hermes, salud.- se despidió Delmes.
- Salud, Delmes.- respondió Hermes.
Una vez que lograron sacar todo del carro y se quedaron solos, Hermes fue hacia su casa a ayudar con el salazón del pescado para poder mantenerlo más tiempo fresco.
Delmes iba a exigir a su padre que le rebelara el secreto que ha esperado durante toda su vida, pero Antrozous se adelantó como si le hubiera leido el pensamiento a su hijo o se lo leyó en su cara o tal vez , como Delmes pensó, había llegado su día glorioso.
- Esta noche, cuando todo quede en calma, te contaré lo que andas esperando desde hace tiempo. Ha llegado ya el momento y debes saberlo antes de que me ocurra algo y muera el secreto conmigo. Cuando los grillos sean los dueños de la noche, iremos al precipicio de Adesterón.
Allí conocerás tu futuro. Allí conocerás tu destino.
4 comentarios:
Se dismitifikan Heroes, precio a konvenir.
..pero he perdido la kuenta de los pelos d mis brazos jaja
mientras q llega la nueva entrega te dejo un Oleee, mu bueno Mon!
No pierdas nunca esa chispa que te hace único. No dejes que la vida o las personas manejen tus sueños. Se siempre tú, que estamos faltos de gente hermosa.
Un abrazo.
que arte de gaditano, esque me estoy viendo que me vas hacer ahorraRme algun trabajillo de literatura con estas historias jaja, aunq algun dia me tendras q explicar ese titulo xD
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